
En la consulta del psicólogo, muchas personas llegan con el deseo de cambiar algo importante en sus vidas. A veces lo tienen claro: una relación que no funciona, un comportamiento que se repite, una emoción que les pesa demasiado. Otras veces el malestar es más difuso, pero igualmente insistente.
Y en muchos casos, ese cambio ya ha sido intentado una y otra vez, con voluntad, con intención, con esfuerzo. Pero los hábitos son como corrientes marinas que arrastran, las reacciones automáticas se imponen, y una parte de nosotros parece llevar el timón en dirección contraria.
La terapia no es una colección de trucos o técnicas. No se trata de dar consejos rápidos, ni de aplicar fórmulas mágicas. Si cambiar fuera solo cuestión de voluntad, muchas personas no necesitarían pedir ayuda. Porque ya lo han intentado.
En lugar de eso, en terapia buscamos otra cosa: una brújula interna que pueda sostener el rumbo incluso cuando el cielo está cubierto y el mar se agita. Esa orientación que sigue presente incluso cuando todo parece desorientarnos.
Esa brújula son los valores: aquello que es profundamente valioso para cada persona. Lo que conmueve, lo que atrae, lo que impulsa.
Pueden tener que ver con el amor, el cuidado, la justicia, la libertad, la autenticidad, la contribución, la conexión, la creatividad. Cada uno tiene los suyos, y no siempre es fácil identificarlos. Pero cuando se descubren, algo cambia. Aparece una dirección.
Porque los valores no son metas que se alcanzan y ya. No se tachan de una lista. Son coordenadas que elegimos seguir, incluso si el viento cambia, incluso si nos desviamos de la ruta. Cuando uno tiene claro el para qué, entonces hay un punto de orientación. Y aunque se pierda momentáneamente, puede volver a mirar la brújula, corregir el rumbo y seguir navegando.
Ese descubrimiento suele ser uno de los momentos más movilizadores del proceso terapéutico. No porque solucione mágicamente las dificultades, sino porque da sentido. Y cuando hay sentido, hay fuerza.
Y esa brújula, cuando conecta con lo verdaderamente importante, nunca deja de señalar el norte. Y nos permite —si no calmar la tormenta— sí mantener el timón firme hasta que el mar se abra hacia lo que de verdad nos importa y nos significa.
Gracias por confiar, por estar, y por formar parte de este camino.
Un abrazo,
Equipo Actúa
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