¡Haz tus tareas! Los cómos en terapia

Newsletter #10

En otras ocasiones hemos hablado de que, en terapia, los porqués no son tan importantes como los para qué. Quizá algún día nos detengamos también en los cuándos, pero hoy queremos hablaros de los cómos.

Cómo hemos llegado a desarrollar ciertos comportamientos que nos hacen sufrir. Comportamientos poco eficaces, poco operativos, poco productivos. Cómo se han quedado instalados, casi con carácter de permanencia, en lo que llamamos nuestro repertorio conductual. Y lo más desconcertante: cómo, aun sabiendo que esas conductas nos perjudican o perjudican a otros, seguimos repitiéndolas una y otra vez, como si estuviéramos atrapados en un bucle.

Es curioso. A menudo sabemos que algo que hacemos a diario no nos hace bien. Nos lo decimos. Lo anotamos. Lo razonamos. Y, sin embargo, al día siguiente volvemos a hacerlo. Incluso cuando nos programamos con firmeza para dejar de hacerlo, ese comportamiento reaparece. Como si bastara con que algo —una mirada, una emoción, un recuerdo, una situación— nos tocara el resorte exacto. Entonces, la conducta vuelve. Sin pedir permiso.

¿Cómo es posible que, siendo tan inteligentes, repitamos una y otra vez formas de actuar que sabemos que no funcionan?

La respuesta no es tan misteriosa como parece. Esos comportamientos que hoy nos dañan, un día nos sirvieron. Nos protegieron, nos calmaron, nos dieron control, alivio, sentido. Y como el cerebro premia lo útil —aunque lo haya sido solo por un instante—, lo guarda y lo repite. A veces, sin actualizar la información.

Además, muchas de estas conductas, aunque ya no nos sirvan y sepamos que nos complican la vida, siguen proporcionándonos un curioso alivio inmediato. Esa es una de las razones más poderosas por las que las mantenemos. Sentimos, aunque sea durante unos segundos, que controlamos algo, que nos quitamos de encima una incomodidad, que descansamos del malestar. Por ejemplo, cuando comprobamos varias veces si hemos cerrado bien la puerta, no lo hacemos porque realmente lo dudemos, sino porque necesitamos calmar la inquietud. Y funciona. Pero solo por un momento.

Por eso, aunque sepamos que un pájaro no puede hacernos un daño real, reaccionamos como si fuera una amenaza grave. Por eso, aunque hayamos comprendido que darle vueltas a las cosas no nos lleva a ningún sitio, seguimos rumiando pensamientos hasta el agotamiento.

En terapia, muchas veces entendemos de dónde viene una conducta, qué función tuvo, qué pretendía resolver. Y al comprenderlo, puede surgir una ilusión: “Ahora que lo entiendo, dejaré de hacerlo.” Pero comprender no basta. Porque la conducta no solo vive en la mente. Vive en el cuerpo, en los hábitos, en las respuestas automáticas. Vive en el ensayo continuo.

Y por eso, necesitamos algo más: práctica. Ensayo. Reaprendizaje (que es más difícil que el simple aprendizaje). Es como si hubiera que recablear todo el sistema… y, de alguna manera, es así.

Aquí es donde entra el trabajo entre sesiones. Lo que llamamos “tareas”. Actividades que pueden parecer incómodas, aburridas o absurdas, pero que están diseñadas para algo muy concreto: instalar nuevas conductas en los viejos contextos. Cambiar rutas. Desarmar el piloto automático.

No será fácil. Ni para quien consulta, ni para nosotras como terapeutas. El cuerpo y la mente tenderán a sabotear el intento. La vida se interpondrá con sus excusas, su ritmo, su cansancio. Pero, creednos: cuanto más se practica, cuanto más se integra en lo cotidiano lo que trabajamos en consulta, antes llegará el cambio que deseamos.

Sí, en terapia también hay deberes. Pero esta vez, son deberes con una dirección clara: con uno mismo, con una misma.

Desde equipo actúa, os lo decimos con certeza: estas tareas, a diferencia de muchas otras, sí conducen a una transformación real.

 Gracias por confiar, por estar, y por formar parte de este camino.

Un abrazo,  
Equipo Actúa

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