Mentiras en la red

Newsletter #15

Una de las consultas más frecuentes en la actualidad dentro de nuestro equipo es la de jóvenes que llegan con cuadros de ansiedad intensos. Presentan síntomas que interfieren de forma real en su día a día: miedo a coger el transporte público, a sus propias sensaciones físicas, a perder el control. Ansiedad que no siempre saben explicar, pero que acaba ocupándolo todo.

Lo interesante es que cuando rascamos un poco más en lo que cuentan, casi siempre aparece un golpe silencioso en su identidad, en su autoconcepto, en su autoestima.

Y al seguir rascando, encontramos un mismo fondo: la comparación constante con lo que ven en las redes.

No es la única causa, claro. Estos malestares están siempre multicausados.

En Instagram, en TikTok, en esa vida brillante de otros que parecen tenerlo todo: éxito, viajes, calma, pareja, orden.

Antes, la comparación era otra

Nos medíamos con los del recreo, con la compañera de clase más guapa o el amigo más popular. Gente de carne y hueso, a la que veías un día venir sin desodorante, o con un grano enorme en la frente, o llorando en el baño después de suspender.

Esas pequeñas imperfecciones nos igualaban. Nos recordaban que todos estábamos intentando lo mismo: vivir, sin manual. Ahora la comparación no tiene cuerpo. Solo imágenes pulidas. No vemos el cansancio, la duda, ni la soledad detrás del filtro. Y eso va erosionando la autoestima. Cuesta seguir probándose cuando todo lo que ves parece perfecto. Uno se queda mirando. Se congela.

A veces también llegan a consulta los otros: los que muestran esa vida luminosa. Vienen agotados de sostener la imagen. Saben que si bajan el brillo, desaparecen.

Porque el cerebro se acostumbra rápido: lo extraordinario deja de bastar.

Así que todos pierden.

Los que miran desde su piso de dos habitaciones, perfectamente suficiente para una buena vida, pero que de pronto parece poca cosa.

Y los que muestran desde sus paraísos editados, temiendo quedarse cortos.

Lo que dice la ciencia

Diversos estudios confirman lo que observamos a diario en consulta. El uso intensivo de redes, especialmente cuando hay comparación constante, se asocia con mayor ansiedad, síntomas depresivos y baja autoestima.

  • Un estudio publicado en JMIR Mental Health (2022) muestra que el uso problemático de redes sociales incrementa los niveles de depresión y estrés en adolescentes.
  • Otro, con más de 10.000 jóvenes (PubMed, 2019), encontró que pasar más de cinco horas al día en redes se relaciona con peor imagen corporal y menor satisfacción vital.

No son causas únicas, pero sí señales claras: la exposición continua a vidas editadas tiene un coste emocional real

Una pequeña vacuna diaria

No se trata de dejar las redes. O sí.
O al menos de elegir qué miramos.

Si lo que ves te mueve, te inspira, te hace aprender o te ayuda a sentirte más vivo, adelante. Pero si lo que ves te encoge, te deja triste o te llena de dudas sobre quién eres, deja de mirarlo. Es veneno, aunque venga envuelto en brillo.

Porque lo que vemos en redes no es la vida. Es una película de amor y lujo que, como todas las películas, acaba justo con el beso.

Lo que viene después —el cansancio, el desorden, las dudas— no se enseña.

Pero ahí es donde empieza lo real.

La vida real no se mira, se vive.

 
Gracias por confiar, por estar, y por formar parte de este camino.

Un abrazo,  
Equipo Actúa

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