“Te ganarás el pan con el sudor de tu frente”

Newsletter #17

“Te ganarás el pan con el sudor de tu frente”

Menuda condena bíblica en un mundo donde trabajar parece, en ocasiones, el modo fundamental de demostrar nuestra valía, nuestro éxito vital, nuestra “normalidad”.

Dejando de lado la necesidad completamente real de pagar facturas y de acceder a tantas cosas que son —o parecen— imprescindibles, lo cierto es que el trabajo *es* también un examen continuo de identidad: quiénes somos, cuánto valemos y si pertenecemos o no pertenecemos.

En consulta vemos, semana tras semana, a personas que chocan con ese mundo para el que, desde la infancia, se nos ha preparado como si fuera el único escenario donde acreditar que somos suficientes. Cuando algo falla —cuando no hay trabajo o cuando lo hay pero duele— aparece un miedo muy reconocible: “¿seré válido?, ¿qué estoy haciendo mal?, ¿por qué no encajo?”

Para muchos, el ámbito laboral es la diana donde se clavan sus temores, después de haber pasado años intentando acertar en el centro.

Observamos jóvenes que buscan entrar en el mercado laboral sin encontrar por dónde empezar; adultos que no comprenden la dinámica con un compañero, una compañera o un superior; personas ya retiradas que aún discuten en sueños lo que no se atrevieron a decir; y quienes sienten que no pueden tener vida personal porque el trabajo lo ocupa todo.

En la mayoría aparece un mismo reflejo: *el temor de que el fallo esté en ellos sin remedio*, como si esa supuesta inadaptación fuera una verdad cerrada y no el efecto de un contexto complejo.

A esto se suma que muchos entornos laborales no favorecen las condiciones que sostienen la motivación humana: cierta autonomía para hacer las cosas a nuestra manera, la sensación de aprender y avanzar, la oportunidad de aportar algo propio, un sentido que conecte la tarea con un valor y unas relaciones que no nos mantengan en alerta constante. Cuando estas piezas fallan, la motivación se derrumba; y, con el tiempo, llegan la *angustia y la pérdida de la propia estima*, como si uno fuera apagándose en silencio.

También están nuestros valores.

Cada persona llega al trabajo con una idea de lo que considera importante: la calidad, el cuidado, la honestidad, la creatividad, el rigor, la cooperación. Cuando un entorno laboral obliga a dejar esos valores en la puerta, el coste emocional aumenta. Renunciar a lo que uno siente que forma parte de sí mismo duele más que cualquier tarea exigente.

A todo ello se añade que nadie llega al trabajo “limpio”.

Cada uno trae sus experiencias, sus hábitos y sus miedos, y se encuentra con los de los demás. Hay quien controla por inseguridad, quien compite por temor a quedarse fuera, quien se protege con rigidez. Esa mezcla cotidiana abre comparaciones, desgasta y reactiva zonas sensibles sin que nadie lo note.

Para nosotros, lo primero es trabajar junto a la persona, de manera clara y práctica.

Ayudarla a ver qué parte del malestar viene del entorno y qué parte puede trabajarse desde dentro. Ordenar lo que ocurre, recuperar apoyos internos, reforzar habilidades —comunicación, límites, organización— y volver a conectar con los valores propios, para que el trabajo no arrase lo que es importante. Acompañamos paso a paso, hasta que la persona recupera margen, confianza y un modo más sano de sostener su día a día laboral.

El trabajo es un lugar imperfecto, sí, pero la relación con él puede transformarse.

Y cuando esa relación cambia, cambia también la experiencia diaria: menos miedo, más claridad y más capacidad de mantenerse en pie sin desmoronarse por dentro.

Gracias por confiar, por estar, y por formar parte de este camino.

Un abrazo,  
Equipo Actúa

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