
Hay un momento en la consulta en que la persona —sea hombre o mujer— se detiene un poco, te mira unos segundos y, justo después, te esquiva la mirada. A la vez percibes un rubor que le sube al rostro y un encogimiento sutil del cuerpo. Su tamaño parece reducirse, como si algo dentro retrocediera unos pasos y volviera a una versión más pequeña, más desprotegida. Entonces te dice: “Es que quiero decirte algo, pero me da mucha vergüenza”.
En el otro lado de la mesa, o del sofá, quien acompaña sabe por experiencia que no va a oír nada extraño. Cuando llevas años trabajando, reconoces que las personas somos muy parecidas, que nos hieren cosas similares y que sentimos en registros más comunes de lo que pensamos. A veces, para distender el momento y aligerar el peso que arrastra esa confesión, surge una pequeña broma: “A ver si me sorprendes, que ya llevo años trabajando y muchas veces me han avisado de que lo que me van a contar es lo peor, y luego, nada. Que al final las personas nos parecemos mucho”. Con esa frase transmites que, pase lo que pase, no habrá escándalo, que nada será anormal y que ya has escuchado historias parecidas antes. Esa ligereza abre un hueco de alivio.
Pero no siempre procede hablar así. Depende de quién tengas enfrente, de la historia que traiga, del modo en que mira y del punto exacto en el que está. La psicoterapia es, en realidad, el arte de adaptarte a la persona: a su ritmo, a su sensibilidad, a su manera concreta de sostener la vergüenza.
Otras veces lo que procede es agradecerle directamente que haya elegido ese espacio —y a ti— para decir algo que le resulta tan incómodo, algo que le hace sentirse poca cosa, vulnerable, defectuosa, casi despreciable. “No sabes cómo agradezco que me lo vayas a comunicar a mí. De verdad que esto le da mucho sentido a mi trabajo. Y te aseguro que no estoy aquí para juzgarte; mi papel es entender, acompañar y buscar contigo un camino que te ayude a estar mejor”.
Y ahora viene la escucha. Lo que la persona va a decir puede tener que ver con algo que ha hecho, pero muchas veces se refiere a algo que ha sentido, a algo que siente y no sabe cómo manejar. Incluso cuando nos cuentan algo que han hecho y de lo que se arrepienten o avergüenzan, detrás también hay algo que han sentido, algo que les ha empujado hacia esa conducta. Y ese sentimiento “detrás” también les angustia, les confunde y les resulta extraño, como si no fuera suyo o como si fuera una parte que preferirían no tener.
Y ahora se supone que viene el bombazo. Y lo que te dice ese ser humano avergonzado hasta el rubor es que siente envidia —por ejemplo—, que siente una envidia que casi es rabia porque —otra vez por ejemplo— a una persona muy querida, un hermano, una amiga, celos que no sabe dónde colocar o rabia acumulada hacia sus padres, resentimientos que le incomodan, incluso irritación y celos hacia sus propios hijos.
Lo dicen bajito, como si estuvieran confesando un delito moral.
En esos momentos te dan ganas de abrazarlos, la verdad; decirles que eso que tanto les avergüenza es normal, que todos sentimos así en alguna ocasión. Que aunque nos hayan hecho creer que son sentimientos sucios y que si los sentimos somos malos, son inevitables; que están ahí incluso en nuestros primos chimpancés y que si la “madre naturaleza” los ha preservado a través de la evolución será por algo.
Y será porque, en ocasiones, gracias a esos sentimientos, cuando los miramos a la cara y no tratamos de taparlos bajo capas de autodesprecio y vergüenza, podemos sentirnos impulsados a cambiar y adaptarnos mejor a la vida, a encontrar un mejor camino.
Quizá sin envidia no somos capaces de acercarnos a aquello que queremos y nos hará la vida más fácil; sin rabia no nos defenderíamos de la injusticia; sin celos no cuidaríamos mejor de lo que amamos. Y ahí comienza para nosotros, los psicólogos, el camino de ayudar a la persona a mirar sus emociones como mensajes, a veces burdos —eso sí—, que no le convierten en un ser despreciable sino en un ser humano en proceso, en proceso de cambio y mejora.
Gracias por confiar, por estar, y por formar parte de este camino.
Un abrazo,
Equipo Actúa
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