
Una de las dificultades que más atendemos en la consulta resulta haber pasado inadvertida, a veces, para el propio consultante, que suele traernos otro motivo de consulta, miedo, tristeza, angustia… cosas que le pasan y que no sabe cómo afrontar, y que no ha reparado en que lo que realmente le sucede es que está afectado por un “veneno” pernicioso. Es un “veneno” común a muchas dificultades psicológicas que si pudiéramos desactivarlo fácilmente reduciría mucho el sufrimiento humano actual.
Me refiero, simplemente, a la conversación mental interna: la rumia, el darle vueltas a las cosas, el rayarse, el parloteo interno, el runrún, la verborrea silenciosa, la cocedura mental, la matraca interna, el discurso interior incesante.
El hecho de que tengamos una mente tan imaginativa, con esa capacidad de ver en detalle cosas que no están presentes y que quizá nunca lo estén; el hecho de que podamos repasar el pasado —o incluso, en buena medida, reinventarlo—; el hecho de que manejemos un lenguaje interno vertiginoso y una velocidad cerebral asombrosa; el hecho de que, en el fondo, seamos una criatura pequeña, vulnerable y expuesta ante la vida, hace que nuestro cerebro busque ejercer un control constante: sobre lo que sucede fuera, lo que sucede dentro, lo que soy, lo que son los demás, lo que podría pasar, lo que pasó y el porqué pasó.
Y, en ese intento de control, entramos a veces en una especie de conversación infinita de la que ni siquiera somos conscientes. Esa especie de diálogo amalgamado de imágenes que se sienten en el estómago, de palabras, de amenazas internas, es muchas veces la mayor causa de nuestro malestar y, sin duda, lo que aumenta los problemas y dificulta su solución.
Una cosa curiosa e interesante es que los seres humanos confiamos demasiado ciegamente en lo que pasa por nuestra mente. También es curioso que, cuando estamos emocionalmente alterados, aumenta la probabilidad de que la conversación interna sea más disparatada, menos racional, más teñida de todos los profundos tonos oscuros y dramáticos. Sin duda, la función original de nuestra mente es protegernos, pero… ¡se pasa! Se enreda sobre sí misma como si por dar vueltas a la madeja estuviera haciendo un jersey… como si pensar fuera resolver. Y no.
Así que, a veces, las personas llegan a la consulta atrapadas en la madeja de su parloteo interno, y nuestro trabajo consiste en hacerles tomar conciencia de que su mente se está pasando de la raya. De que, con el intento de protegerles, con el intento de controlar, les está generando un nuevo problema.
Os aseguro que no es fácil, y que tampoco lo es, a veces, no enredarse en las propias «madejas» del paciente. Pero eso es esencial para una buena terapia: enseñar al paciente a tomar distancia de su propio pensamiento, a bajar las cosas, por ejemplo, al papel y analizarlas de otra manera, y, por supuesto, también a calmar la mente y el cuerpo. Es parte de lo que hacemos aquí. Y no es tan nuevo: Aristóteles ya defendía que los problemas humanos debían abordarse con la lógica, el razonamiento ordenado y el análisis racional de causas y consecuencias. Esa misma tradición, heredada de su maestro Sócrates, parte de la convicción de que revisar con honestidad los propios pensamientos, sin dejarse arrastrar por ellos, es el primer paso para una vida mejor.
Y cuando eso va tomando cuerpo, poco a poco, cuando la persona se puede mirar a sí misma como un productor de películas de terror y puede desarrollar la habilidad de enfrentar sus problemas desde una posición más eficaz, más racional, más productiva, vemos que su tensión baja, la conversación en la consulta empieza a ser más pausada, la ansiedad disminuye y ahí es cuando ambos, el psicólogo y el paciente, empezamos a ver la luz.
Gracias por confiar, por estar, y por formar parte de este camino.
Un abrazo,
Equipo Actúa
Contáctanos por teléfono o whatsapp